jueves, 29 de noviembre de 2007

La guagua de Galeano


A Eduardo Galeano y su libro de los abrazos.

La guagua numero 68 del Sistema de Transporte Público de Gran Ciudad, es una de las mas eficaces en todo el país. Su primer viaje siempre sale a las 6 de la mañana, su último a las 10:00pm. Personas de todas clases la abordan, desde tecatos en busca de la cura, obreros acabados de salir de la construcción, estudiantes, amas de casas, y hasta los altos funcionarios del país. Todos hablaban con todos, de todos los temas posibles.

Yo tomaba la número 68 todos los días de camino a la universidad. Y les confieso, al principio me incomodaban las felices tertulias que se allí se daban. Así que me adentraba en alguno de los muchos libros que cargaba para entonces. Pero las conversaciones cada vez se tornaban mas interesantes, así que muy a mi pesar me uní a ellos. Hablaban de política internacional, hablaban de ciencia, discutían Cien años de soledad, intentaban encontrar la cura del sida, comentaban el último chisme. Si alguno tenía algún problema, se le daban sugerencias, se le buscaba la solución. Y otras veces hablaban de religión. Nadie gritaba, todos hablaban en armonía, todos sonreían.

Galeano guiaba la numero 68. Todos los viajes los hacía él.

Este había llegado de Montevideo hacía ya algunos 30 años, con las intenciones de volver alguna vez. Pero el amor que le había cogido a esta nueva tierra fue tan grande, que juró no dejarla jamás. Galeano era de tez blanca y ojos claros. El poco cabello que le quedaba fue negro alguna vez, ahora era color ceniza. Era bajito, panzón y necesitaba un bastón para caminar. Era la persona más maravillosa que se pudiera alguna vez conocer. Era un ángel, algunos decían. Sus ojos estaban llenos de paz, de un amor casi maternal. Con solo mirarlo a cualquiera se le dibujaba una sonrisa en la boca.

Galeano había conseguido el trabajo de chofer de la número 68, mediante un amigo que lo recomendó. Según se cuenta, ese amigo atravesaba por una profunda depresión. Pasaba las horas entregado al alcohol. Pero conoció a Galeano y no se sabe como, se quitó del alcohol. Desde entonces, sus vidas cambiaron para siempre.

Lamentablemente, esta no es la historia de Galeano. Tampoco es la historia de la número 68 en sí. Es la historia del amor que llenaba esa guagua. Aunque, claro, sin Galeano y su guagua, esta historia no se podría contar.

Íbamos todos en la guagua, esta vez se hablaba del amor familiar. Algunos hablaban de sus hijos, otros de sus padres y otros simplemente lloraban al recuerdo de algún familiar. Galeano era uno de los que lloraban. Todos callamos ante el llanto de aquel ángel. Lloraba al recuerdo de sus hijos, hacía más de 20 años que no los veía. Éste nos contó su historia, de como su ex esposa se los arrebató cuando se divorciaron. Ahora vivían en Montevideo o al menos eso creía.

Todos consolamos a Galenao, le sacamos las lágrimas con el corazón.

Pasamos frente al aeropuerto, Galeano nos miró por el retrovisor. Comenzamos a aplaudir, a llorar junto con él. Galeano detuvo la guagua, caminó hasta la puerta trasera despidiéndose de cada uno de nosotros. Antes de bajar de la 68 dijo “Hasta pronto amigos, aquí les dejo mi corazón” y se alejó caminando lentamente.

Esa tarde, el corazón de Galeano completó la ruta de la 68.

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