martes, 16 de octubre de 2007

Sanación

Astrid J. Lugo

Esperé a ver cómo se secaba la herida.
La sangre, seguía fluyendo, al parecer
se habían metido en proceso
pedazos de madera,
le habían amarrado
telas de screen,
musgos de árbol,
y agua salada.
Un edificio se montaba en su grieta,
peones jodían con taladros
justo al salir el sol.
Yo sin dormir, ni tomar café,
esperé
más de lo que se espera usualmente
aun así, no tenía cicatriz.
Traté de coserlo, la presión no dejaba,
salían los coágulos entre los hilos.
Le amarré un torniquete a presión
con tela de lienzo,
me manché la boca por darle besos,
y canté unas cuantas canciones,
le leí un par de cuentos de un villano come golpes donde
saldría triunfante sin dudas
la carne.
Latía insistente,
viscosa de verde era rodeada de piel rosa,
le sacaba la lengua a mis intenciones.
Y tomé, pues,
el mismo puñal que le habría dado vida,
primero, circulé su entorno y le miré contenta,
“aquí terminas” le dije, delirante,
en una ventana del edificio escuché el grito de una mujercita,
minúsculo intento de persuasión.
Le puse la aguja al disco de la quinta sinfonía y
destrocé, siguiendo sus compases,
cada pedazo de piel que tocaba mi daga,
desde el tema hasta la fuga,
salpicaban los cantos de vida ajena en mi cara, en mi sonrisa.
Si no sanas, entonces
mejor muere.

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