martes, 27 de febrero de 2007

Pero un día...

Carlos A. Ortiz de Jesús





Cristino se levanta por la mañana, desayuna revoltillo mal hecho junto a la punzante mirada de su mujer. Hace tiempo que estaría muerto si de malas miradas se tratase. Lee el periódico, más bien lee los titulares y se informa. Va al trabajo con esperanza de que hoy sea el día en que el Capitán se jubile. El perfecto es él para esa posición. Algún día. Dirigir el CIC. Nadie tiene más experiencia que Cristino Lebrón. Todos sus papeles están donde deben estar, para él. Sólo él consigue sus lápices, bolígrafos, libretas de anotaciones y la lista de los más buscados. Cuando llega al trabajo, sonríe y los demás sonríen inapropiadamente. No le sonríen como deberían de sonreírle al futuro nuevo jefe del CIC. Algún día lo harán. Saluda a todos.

Cristino se sienta en su escritorio a vigilar. Entran supervisores y salen oficiales de alto rango. Sonríe fielmente a cada ser que por su área circunda. Cuando se alejan, disimuladamente se come las uñas. Junta sus manos y no para orar, junta sus manos y comienza a dar vuelta y vuelta, para secar el sudor de sus palmas. Se manosea las manos y se aprieta los ojos con el pañuelo que le regaló su hijo el día de los padres. Un sonido extraño sale de él y sin importar lo negro, se sonroja.

Busca en la gaveta y no encuentra nada. Un vacío se lo come y ráfagas intestinales lo azotan. Pero él es fuerte, él puede, él aguanta. Aunque se toca la barriga, se soba para aliviarse. Las malditas Zantacs no aparecen. Su escritorio se quiere caer por tantos papeles. Todos los informes sin entregar están allí. De tanto buscar Cristino camina con pausa, por los pasillos de la Comandancia. Hay que disimular un poco.

Tiene paciencia inigualable, y lo recto de sus ojos exaltan templaza. En él, se puede explorar sin ningún tipo de problema, no hay nada dentro que pueda expresar sin tapujos. Allí en su silla de metal que rechina cuando se recuesta, mira y como endrogado con el aire acondicionado se queda mirando. Solo mirando.

jefe mire esto ayude a resolver esto teniente lo necesitan en la oficina doce ayer el comandante me dijo que no hay mejor persona que desde que llegué yo a este lugar los casos se han resuelto en su mayoría desde que tomé las riendas que se cuide porque quien va a dirigir prontamente la comandancia voy a ser yo teniente se necesita en el tribunal mañana jefe este muchacho es nuevo y no sabe como hacer las cosas sea la madre en la academia ya no entrenan na’ a los policías las cosas no son como antes aquí lo que hace falta es alguien con pantalones de verdad pa’ que arregle las cosas después de 23 años ahora es que me toca voy ahora estoy firmando estas vacaciones ya sin mi no pueden hacer nada las cosas no marcharían bien si aquel día no me hubiesen nombrado como jefe de este departamento no no no no no no no no no tal vez mañana posiblemente la semana que viene mataron a cuatro verás que no pasa na’ yo nunca uso eso son changuerías bájate y vela bien y dispara jefe la prensa lo espera hay que decirles a esa gente… cristino felicidades que brutal te quedó eso mano todo bajo control tu cristino lo tienes controlado…

Por un corre corre responde a la última llamada: Balacera. Su especialidad. Lo que buscaba.

Toma las llaves del Crown, va al parking, mete la llave, y se pone sus gafas Rayban. Negras con tonos plateados en los lentes. Brillan y reflejan los edificios mientras se dirige al lugar de los hechos. Ve debajo del asiento y ahí están. Toma una Zantac, un buchazo de agua embotellada. Menea, mueve, suenan. Otra Zantac para reforzar. Otro buchazo. Más un suspiro. Sirenas encendidas más cortes de pastelillos adelantan el paso. Viaja por el paseo y llega. Se limpia el goteo de su frente cuando ve las seis patrullas con rotos de .45 y M16. Guerra entre puntos. Hay que calmar esto y por eso llega el héroe. Por eso el Capitán lo envió. Se baja del vehículo, muestra su pecho con su camisa de cuatro botones abiertos y una placa en oro 14 de Santa Bárbara, pantalones Dockers, correa marrón en combinación con sus zapatos, las medias que usaba su abuelo. Observa a su alrededor y comienza el trabajo. Ofensiva organizativa, así le llamó Cristino a la operación. Total; él es el encargado.

Por más balas que pasen, por más ruido que escuche, ya nada le da miedo. Ahí se queda, detrás de la puerta de su patrulla favorita. Crown Victoria azul oscuro. Jugando a Superman. Cuidando de sus compañeros, en un residencial. Ves la cara de miedo y cansancio de los otros, pero ellos lo ven, y sienten tranquilidad. Se sienten salvados, de algo sirve su mirada. Sobriedad. Línea, pura línea. No usa chaleco, porque no es la primera balacera en su vida. Ha sobrevivido a demasiadas lluvias de balas. Se siente tan fuerte que podría pararse en el mismo medio del tiroteo y ninguna bala le tocaría. Se limpia el sudor de su frente otra vez, sonríe, mira el perímetro y por una ventana apunta, dispara y uno menos, ya van cuatro. Después de eso te crees omnipotente.

Una Bala. Dos Balas. Un 1050 ¿Lo escuchas Cristino? La Radio lo dice. Oficial Herido. Te tocas y ves sangre. ¿Y te atreves a dudar si es tuya? Lo sabes. Te caes. Te duele. Te desangras, tu mundo se cae, Cristino Lebrón. Se te nubla el cielo. Ya no hay Zantac que te alivie el vacío del estomago, ese que sientes ahora. No la tienes en tus manos para moverlas. Te tocas el estomago. Ves tu placa de Santa Bárbara llena de sangre, tu camisa, tu pantalón. 1050, 1007. Así mismo. Piden más refuerzos para un oficial caído. Llegan más. Y tú en el suelo. ¿Te estás imaginando la portada de mañana, verdad? En letras rojas, Oficial cae en Balacera. Como te fastidia. Nunca viste la posibilidad de ver tu foto en el periódico.

El oficial se desangra en la brea caliente, y se forman ríos de sangre que corren por la calle. Llora mientras siguen las balas. Ya no puede hacer nada. Las sirenas que se escuchan, las que tanto le hicieron sentir poderoso, ahora le lloran.


Carlos A. Ortiz de Jesús nació un 21 de julio en Ponce, pero se siente pertenencia de Santa Isabel. Actualmente estudia en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, un bachillerato en Ciencias Políticas.

2 comentarios:

Sergio Gutiérrez Negrón dijo...

Logré imaginarme al Sr. Cristino.
Lo pude ver especialmente en este parrafo:

Cristino se sienta en su escritorio a vigilar. Entran supervisores y salen oficiales de alto rango. Sonríe fielmente a cada ser que por su área circunda. Cuando se alejan, disimuladamente se come las uñas. Junta sus manos y no para orar, junta sus manos y comienza a dar vuelta y vuelta, para secar el sudor de sus palmas. Se manosea las manos y se aprieta los ojos con el pañuelo que le regaló su hijo el día de los padres. Un sonido extraño sale de él y sin importar lo negro, se sonroja.

Chévere,

Sergio

Rafael dijo...

Que manera de morir, me encantó lo dicho en la ultima linea.